Bacterias. Dicen que hasta ellas funcionan por consenso. Y si no lo obtienen, no funcionan. Por eso en el arranque de esta columna se pide colaboración. Coincidir, rápido, en algo. Si existe una duda hoy en el mercado financiero -y en la economía toda, dólar incluido- esa pregunta consiste en pensar si la utilización del tipo de cambio oficial –moviéndose al 2% mensual en sus microdevaluaciones– y utilizado como un “ancla” para la inflación, llegó para quedarse.
El dato es que el parámetro para medir esa probabilidad no es otro que la capacidad del Gobierno para bajar la inflación. Para entenderlo, habrá que preguntarse quién será el actor que termine invalidando la dinámica en marcha. ¿Será el agro pidiendo mayor devaluación para poder liquidar sus dólares? ¿O será el ciudadano promedio, la clase media, golpeando las puertas del Palacio de Hacienda para decirle al ministro que la cosa no va más?
A mayor inflación, mayor probabilidad de salto cambiario, pero paradójicamente menor chance de llevar a buen puerto el plan económico, suponiendo que eso implique lo que se está viendo en la calle con respecto al consumo y a la producción. La recesión galopante.
Una pregunta que hubiese resultado inverosímil hace algún tiempo. ¿Puede el gobierno de Javier Milei impulsar un plan económico que implique continuidad temporal del cepo cambiario, aumento de impuestos como política permanente, tipo de cambio semifijo, inflación de dos dígitos mensuales, tasas reales negativas y la zanahoria de la dolarización?
Ajedrez en el poder
El ejercicio consiste en pensar si, desde esta semana, el hombre más fuerte del Gobierno ya no es Milei ni el jefe de Gabinete Nicolás Posse, sino el ministro Luis Caputo. De él parece depender, ahora, el relato de la Casa Rosada. Dixit: no se sufrió una derrota en el Congreso, sino que el rechazo de la ley ómnibus desnudó a “la casta” y el programa económico está a salvo, porque enero cerrará con superávit.
¿Puede el ministro Caputo cargar en sus espaldas -que son las purgas de jubilados, trabajadores y el común de los mortales– con la construcción de sentido político del Gobierno? Una pregunta para acomodar en algún lugar: ¿hasta qué punto Caputo no es Mauricio Macri negociando más poder en el Gabinete y blandiendo las riendas de un alfil dispuesto a pechear la crisis política con los números del ajuste?
El otro jugador de la política a seguir es el gobernador Martín Llaryora. Casi un primus inter pares, el cordobés fue el primero en entender de qué va la apuesta del presidente Milei cuando se arrojó sobre la granada que implica el recorte de los subsidios al transporte provincial. El titular del gobierno cordobés salió, rápido, a decirle a los cordobeses -muchos de ellos votantes de Milei- que él, el gobernador, va a poner el hombro y el dinero que la Nación, por revanchismo, no erogará.
¿Quién ganará en la construcción del sentido? ¿Quién sumará mayor capital político? Dicho de otro modo: ¿comprenderá el votante cordobés mileísta que el presidente recorta las transferencias a su provincia porque quiere desnudar a la casta, aunque él pague más el boleto de colectivo y la supervivencia se torne imposible? Parece poco probable. Lo cual lleva a pensar entrelíneas: ¿y si Milei retrocede y vuelve a sentarse en la mesa de negociación, pero con los gobernadores más afectados por el ahogamiento fiscal?
El dólar, la devaluación
Muchos sostienen que se viene otra devaluación. Principalmente el mercado, que lo hace a través de los contratos del dólar futuro. Estima saltos graduales. Pero saltos al fin a partir del mes próximo. Nada en línea con el 2% mensual que promete el Gobierno y que sueñan algunos referentes del equipo económico. “El 2% mensual es el 24% anual”, dicen algunos, pero retacean las proyecciones de inflación y le quitan la promesa de ir eliminando los subsidios lo que arrojaría mayor presión inflacionaria.
Una alta fuente del Gobierno ensaya una alternativa. Algo podría pasar en las próximas semanas que no sea mantener el 2% mensual de crawling, pero tampoco un salto draconiano en el tipo de cambio. Propone que la tasa de interés nominal pueda ser la clave a seguir. En torno al 8% mensual.
Dicho de otro modo: no seguir a la inflación que se ubicará por encima de esa marca, pero tampoco quedar sumergido en un supuesto atraso cambiario que inhiba la posibilidad de la liquidación de la cosecha. La falta de financiamiento en los mercados por parte del Gobierno hace presuponer que el cepo cambiario quedará por los próximos meses. Es más: si se lee bien en detalle lo comprometido con el FMI, el Gobierno recién está obligado a concebir una receta para salir del cepo en junio de este año, pero no así a aplicarla. Ese paso vendría bastante después de esa fecha.
Congelar y después. Lluvia de inversiones 2.0.
En el Gobierno lo ven de otra manera. Tanto el ministro Caputo como el secretario Quirno (Finanzas) parecieran inclinarse por “aguantar” el ancla del 2% mensual de devaluación lo más posible. Lo mismo profesa el titular del BCRA, Santiago Bausili. Son numerosas las señales, pero lo importante es la ecuación que empujan estos funcionarios. En el Gobierno piensan esto: tanto devaluar como acelerar la depreciación del peso, implica necesariamente acelerar la inflación, lo que conduce al fracaso del programa económico.
Es decir, a pesar de lo que impone como relato la Casa Rosada, hay un germen político en la ecuación económica. La declaración de Milei a Ámbito sobre una eventual dolarización en el 2025 contiene todos los gestos del cálculo político: año de elecciones legislativas, los bolsillos de los argentinos llegarán de la peor manera, y quedará eventualmente esa promesa para pelear las urnas.
Tanto Caputo como Quirno piensan que la inflación se desacelerará mientras sostengan el ajuste fiscal y se vaya diluyendo el impacto inicial de la devaluación que generó el reacomodamiento de los precios relativos. La cuenta que tienen sobre el escritorio es que aplicando una tasa de depreciación como la impuesta en el arranque por el BCRA, y una proyección de inflación previsible, en diciembre de este año el tipo de cambio real se ubicaría aún por encima al registrado desde junio de 2016 hasta comienzos de 2018.
Piensan además que una devaluación tiene un rápido traslado a precios y que tanto el sector de los transables como los no transables, buscan rápido recomponer sus ingresos haciendo la cuenta en dólares.
No falta la promesa de la lluvia de inversiones: sostienen en algunas conversaciones que los países muchas veces corrigen sus desequilibrios y cuando lo hacen experimentan procesos de ingresos de capitales, que a su vez aumentan la demanda agregada doméstica, lo que deriva en mejoras de los sectores transable y no transable, la productividad y finalmente, los salarios.
¿Qué chances tiene el Gobierno de incentivar la lluvia de inversiones cuando las presiones devaluatorias, inflacionarias lo corren de atrás? ¿En qué medida puede impulsar una nueva fase de ajuste cuando las señales de agotamiento social resultan ya evidentes? ¿Puede la promesa de la dolarización servirle como moneda de cambio mientras la clase media pelea por su supervivencia?