El jueves, la música tropical perdió a una de sus figuras más emblemáticas: Lía Crucet, conocida como la reina de la bailanta, falleció tras enfrentar años de complicaciones de salud que incluyeron una demencia frontotemporal y, en las últimas semanas, un cáncer bronco pulmonar que precipitó su deterioro. La noticia impactó profundamente en un ámbito artístico que la amaba y respetaba por su carisma y por su legado musical.
En los últimos años, Crucet vivía en un geriátrico, lejos de los escenarios que la vieron brillar. Sus días transcurrían entre el recuerdo de sus años de esplendor y el silencio de una enfermedad que, poco a poco, fue apagando su chispa. Aun así, su figura seguía presente en el corazón de quienes alguna vez bailaron al ritmo de clásicos como «La güera Salomé», esa canción que desde los 90s prendió fuego las pistas de baile con su inconfundible energía.
Su hija, Karina Crucet, heredera del linaje artístico de su madre, fue quien anunció a través de las redes sociales los detalles de la despedida:»Para quienes quieran despedir a mi mamá, el velatorio será mañana (viernes 29) a las 9 en Avenida Luro y Olazabal, Mar del Plata», escribió, visiblemente afectada pero agradecida por las muestras de cariño que llegaron desde cada rincón del país.
Con la voz entrecortada y los ojos cargados de recuerdos, Karina despidió públicamente a su madre en una emotiva charla con el ciclo Desayuno Americano (América). Desde la puerta de la casa velatoria, compartió reflexiones íntimas que desnudaron el dolor y la fortaleza que atraviesa su familia en este momento.
«Estamos acá tratando de ser lo más fuerte posible. Lo más importante es que ahora está con Dios», expresó quien, como heredera artística de su madre, enfrenta el doble peso de la pérdida personal y el legado público que dejó la reina de la bailanta. Su relato fue una mezcla de recuerdos infantiles, anécdotas cargadas de ternura y la dura realidad de los últimos años de vida de Lía, marcados por una larga batalla contra la enfermedad.
Entre lágrimas, Karina evocó una imagen de su niñez que ahora resurge con fuerza: «Cuando era chiquita y vivíamos en Chile, a eso de las siete de la tarde me agarraba una tristeza y le preguntaba: ‘Mamá, ¿vos nunca te vas a morir?’ Y ella me decía: ‘No, mami, yo nunca me voy a morir’. Esas cosas se me reflejan ahora», confesó. Las palabras de su madre, pronunciadas con esa mezcla de consuelo y magia que solo los padres saben ofrecer, hoy parecen eco de una promesa que el tiempo, inevitablemente, rompió.
Aunque nunca hablaron de la muerte, Karina compartió que estaba segura de lo que su madre hubiese deseado: «Sé que le gustaría que la despidan todos sus fans, la gente que la quería. Y son muchísimos, yo no sabía que era tanta, tanta gente». En la sala del velatorio, donde los seguidores se acercaron para dar el último adiós, Karina destacó ese amor recíproco que siempre definió a su madre: «Ella era de la gente».
Sin embargo, detrás del brillo de los escenarios y la calidez del público, la heredera artística recordó los desafíos que enfrentaron en los últimos años. Lía padeció esquizofrenia y posteriormente una demencia frontotemporal, una condición que no siempre fue comprendida por quienes la rodeaban. «Hace muchos años que no se podía hablar algo coherente con mamá», explicó, con evidente tristeza, pero también con la claridad de quien luchó para proteger la dignidad de su ser querido.
La decisión de trasladar a Lía a un geriátrico, aunque dolorosa, fue inevitable: «Ya no se la podía tener en una casa cuidándola», afirmó quien evitó entrar en detalles, pero dejó entrever el impacto que las enfermedades mentales tuvieron en su dinámica familiar. A pesar de las dificultades, el amor nunca se ausentó. Ese amor se refleja hoy en el flujo constante de saludos que llegan para despedirla, como si quisieran devolverle un poco de la alegría que ella regaló durante décadas.
«Lamentablemente, para mucha gente Mar del Plata es lejos. Sé que les hubiese gustado estar acá, y yo lo entiendo», expresó Karina, consciente de la distancia que separa a muchos de quienes querrían darle el adiós en persona. Aun así, invitó a todos los que pasaban a acercarse: «Los invito a pasar, o sea, a despedirla. Porque ella era de la gente».
En una apacible jornada en una ciudad Feliz pintada de luto transcurrió el último adiós a La Reina de la Bailanta. Por allí pasó Tony Salatino, su último esposo y manager, quien mitigó el dolor con sus seres queridos, mientras en su cabeza, como en la de todos los presentes, seguramente retumbaban los ecos de alguna canción.
Fuente: infobae.com